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domingo, 8 de junio de 2014

Sikuri, otro origen del Gran Poder



Antes no había moreno ni caporal ni tobas. Ahora ya no hay sikuris, todos son morenos”, se queja, sentado en el sofá de su casa, Pedro Quispe, un exbordador y exdanzante de misti sikuri que carga sobre su encorvada espalda ocho décadas de vida. Hasta no hace mucho guardaba una treintena de trajes, unos azules, otros rojos, también con bastantes años encima, según el hijo de Pedro, Néstor. Pero el material del que estaban hechos se fue desbaratando y la familia acabó por deshacerse de ellos.

Conserva algunos chalecos, hechos por el exbordador, que también tienen ya su buen currículum: la estructura es de cartón, como las de antaño, y está cubierta con tela roja, de lycra (según Néstor). Diferentes cuentas y adornos brillantes están cosidos a ella. Hace tiempo que las piezas redondas que cuelgan de las charreteras perdieron su fulgor. “Las originales eran de Checoslovaquia y Alemania. No perdían brillo”, cuenta Gregorio Ichuta, autor de la investigación Sikuris de la tradición misti. Estos adornos se vendían en una tienda del centro que hoy sigue vendiendo cuentas, aunque ahora son made in China.

Estos trajes se pasan la mayor parte del año fuera de la casa de los Quispe: los alquilan a una sola persona que se encarga de llevarlos a lugares donde aún se mantiene la danza como era hace más de 70 años: puntos de las provincias Larecaja, Inquisivi y Yungas, y en Apolo. En La Paz todavía se baila, pero no tanto como antes ni se mantiene el vestuario. En su momento de esplendor, el sikuri también se interpretaba en el sur de Perú y en el norte de Chile y Argentina.

“La gente tiene la idea de que el sikuri es poncho”, opina Gerardo refiriéndose a que los danzarines visten esta prenda y que llevan wiphalas ondeantes.

Ahora es “reivindicativo aymara”, asegura. “Las Sikuriadas actuales se presentan con ponchos o chalecos, si hay bailarines, éstos se ponen ropa inspirada en ‘lo’ indígena” (sic), señalan Eveline Sigl y David Mendoza en el tomo segundo del libro No se baila así nomás. Danzas de Bolivia. Y Xavier Albó describe estas agrupaciones como “conjunto de ojotas, pero con pies lavados”.

Sicuri es una palabra aymara usada para denominar al tocador de flauta de pan. Unida a misti, el significado es “mestizo que toca la zampoña”. Los aymaras llamaban así a la danza mientras que los que la practicaban, criollos y mestizos de los villorrios, la denominaban “mozos sikuris”. Según Gerardo, los orígenes de este baile se remontan hasta la época colonial, pues descendientes de europeos conformaron grupos de zampoñeros, posiblemente por la falta de instrumentos occidentales, para acompañar a las imágenes católicas durante las procesiones imitando a los músicos autóctonos. La primera referencia conocida del misti sicuri que ha recopilado Gerardo fue la presentación de esta expresión cultural como uno de los “bailes de fantasía” de la época el 24 de enero de 1875 en el Salón Universitario, según el periódico El Telégrafo. Entonces, como resaltan Sigl y Mendoza, el ambiente académico era exclusivamente mestizo y de élite. Luego se difundió entre estratos más populares, especialmente entre gremiales.

El primer conjunto autóctono que rindió homenaje a Jesús del Gran Poder fue el del sindicato de los bordadores, cuenta Gerardo, con la idea de atraer clientes. “Los bordadores se organizaban en grupos de zampoñaris o sikuris para atraer a los clientes, pues los primeros disfraces bordados eran precisamente de zampoñaris”, relata uno de los testimonios recopilados en el estudio.

Poco después, los canillitas y los lustrabotas, Cebollitas y Choclos, respectivamente, participaron en la entrada llevando trajes bordados. Estas agrupaciones eran “como los Fanáticos y los Intocables”, dice el investigador.

Del chaleco bordado al poncho

Entre 1900 y 1950, el sikuri vivió su época dorada. Fueron cinco décadas a lo largo de las cuales la vestimenta estuvo en constante cambio (ver infografía abajo). Un retrato en blanco y negro del archivo Cordero muestra a dos bailarines con el traje, gafas de sol y guantes blancos, una estética citadina, aunque tocaran la zampoña. El sikuri, insiste Gerardo, no es un baile precolombino, sino un invento de gente provinciana, como se ve en la ropa que los bailarines de sikuri usaban al principio.

Según los datos recopilados por el investigador, los sikuris de las primeras décadas del siglo pasado llevaban sombrero de castor con plumas, saco de paño, chaleco y pantalón corto de lino blancos. Tocaban la zampoña y acompañaban a ésta con una wankara. Con ellos desfilaban mujeres vestidas al estilo español, con peinetas y mantón de Manila. Más adelante ya no había acompañantes femeninas, había desaparecido el tambor autóctono, los trajes se habían vuelto más lujosos y bailaban, junto a los músicos, las figuras del “jardín zoológico”.

Un diablo, un león que con su cola molestaba a las mujeres que observaban el pasacalles, un gallo, un oso, un ángel… Y también superhéroes, cowboys, turcos, gorilas y apaches. Todos estos personajes “que se popularizaron gracias a los escasos medios de difusión de la época”, según el estudio de Gerardo, conformaban el heterogéneo “jardín zoológico” (ver infografía en la página anterior). Parte de este grupo eran el viejo o achachi y un personaje vestido con un traje rojo de una sola pieza y con tridente conocido como el maligno.

Los integrantes del zoo llevaban máscaras. En los depósitos del Museo Costumbrista Juan de Vargas hay dos, un tigre y un león, autoría del artesano paceño Antonio Viscarra. Fueron utilizadas alrededor de los cincuenta, poco antes de que la vestimenta y el propio concepto del sikuri comenzaran a mutar.

El auge de las bandas de instrumentos metálicos atrae a muchos amantes de la música que dejan a un lado las tradicionales flautas de pan. Es uno de los motivos por los que esta danza decae dentro de la Fiesta Mayor de los Andes. Y, por otra parte, está la transformación. En esa misma década, “el sicuri se encamina hacia la rememoración del ‘pasado indígena perfecto y glorioso’”, sostiene Gerardo en su estudio, “pero por supuesto que para las generaciones que viven este proceso, el sikuri tradicional mestizo les pareció contrario a esta idea por lo que en un proceso vertiginoso fueron cambiando algunos aspectos de la danza”. Los personajes desaparecieron y los chalecos bordados con pedrería fueron sustituidos por ponchos, salvo en las provincias, donde los trajes usados ya no eran bordados de hilo, sino trabajados sobre cartón. Por eso, los chalecos antiguos de sikuri pueden parecer de kullawada.

A mediados del siglo XX el sikuri o zampoñaris se convirtió lo que hoy se denomina sikuriada. Buena parte de su “jardín zoológico” migró a la diablada: el oso y el gallo se convirtieron, defiende Gustavo, en el jucumari y el cóndor. El sikuri original tenía similitudes con la morenada: en la misma vestimenta y también en el uso de la matraca. En el caso del baile de los tocadores de flauta de pan solo había una: “Se tocaba la matraca y todos a dar una vuelta, tocando (…). Uno indicaba, zas, y todos daban vuelta”, según otra de las reseñas de la investigación. Incluso compartían el “jardín zoológico”.

Otra característica que se ha perdido son las famosas reyertas callejeras en las que se enfrascaban los diferentes grupos de zampoñaris, que comenzaban cuando uno de los conjuntos sentía que no lograba opacar al otro durante las interpretaciones que hacían en las verbenas, tanto de La Paz como de poblaciones cercanas como en Copacabana, donde sikuris bolivianos también se pelearon con grupos homólogos de Perú (en Puno se sigue bailando).

El desamor

Lo que no ha cambiado es la música: cadenciosa, con letra en castellano que habla del amor no correspondido. “Agüita, agüita de Putina/palomita como quieres/que no llore, vidita,/ sabiendo que yo te quiero”, comienza el sikuri Agüita de Putina. Los espacios que aparecen en estas canciones corresponden a lugares de áreas urbanas, como la plaza del pueblo, resalta Gerardo. En su buena época, cualquier género de moda (habaneras, valses, cuecas) se adaptaba y se tocaban a soplido de zampoña.

Pedro Quispe mira los trajes que hizo y que sigue alquilando. Cuando queden inservibles, ¿su hijo hará otros? “Creo que no. No tiene mercado. Los bordadores (ahora) se dedican al comercio”, responde Néstor. Y los ponchos, en las sikuriadas del Gran Poder, le ganaron la batalla a las lentejuelas y cuentas brillantes.





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